lunes, noviembre 13, 2006

Dan ganas de gritar el mundo.


  Nos hubiera convenido no andar así a los trotes ahora, andar tranquila, no sea cosa que nos pase alguna... Fue decirlo y que suceda, la contemporaneidad de la palabra y el mundo. Dijo, y fue lo suficiente para que pasara. El corpiño se desprendió. Dijo y fue. Pero el glamour es hijo de la discordia, y la actitud es más fuerte que la realidad. Igual yo entré a un restaurante marroquí, al baño, para abrocharme el corpiño, y de paso, comer.
Pedí cualquier cosa, porque abrí la carta y tenía tanto hambre que leí en voz alta lo que decía la carta en grande: ENSALADA DEL CHEFF. Quedó así ordenado. Mi madre, para variar, pidió cazuelas de pollo. Me intrigaba algo, decía: c/ CROUTONS. ¿Serán nuevos tipos de subjetividad?¿Naves espaciales?¿Naves especiales? ¿Libros de filósofos franceses?
Eran tostadas. Tostadas, comunes y corrientes. Tostadas de un señor panadero capaz nacido en Corrientes, o Entre Ríos o Santa Fe, con harina hecha acá, de plantas de maíz plantadas acá, traídas a nuestra mesa por una señorita nacida en Misiones (confirmado porque se lo preguntó mamá) y no se llaman tostadas, se llaman croutons.
No era que se me salió el corpiño, no era que la moza nos tiró media tonelada de cazuela, no es que nos tratan mal unos negros sentados acá al lado; SE ME ROMPIÓ EL CORPIÑO.


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