miércoles, agosto 15, 2007

La memoria de la isla


A la mañana temprano la claridad es primero un punto y luego absoluto, totalidad. Cuando todavía no se ha ido la fresca, y por debajo de la puertita improvisada del rancho se divisa una raya luminosa que interrumpe la oscuridad y la excomulga, hay que mover con cuidado las piernas y sacarlas de ese recinto pequeño, mínimo. Cada rancho es el espejo de la naturaleza: no hay concepto de espacio, confort o lujo alguno; cada rancho imita una guarida, una cueva, protege, calienta. Construir el ranchito con algo más que pajas y adobe, ramas y latas o maderas puede ser un trabajo difícil. Cierto primitivismo recalcado en los té bingo de las viejas culonas con respecto a esta gente es sin embargo lo que finalmente lo salva. Bastará con que alguno de ellos consiga en alguna obra cercana, el puesto de sereno del obrador, para que noche tras noche, en bicicletas, carretillas o canoas, una bolsita de cal y otra de arena, unos ladrillos hoy y otros mañana logren construir esas cuatro paredes. Otro hará algo parecido en el mercado de frutas y verduras, otro tanto harán los pescadores.
   Pero cuando a la mañana se filtran esas rayitas, cuando hay que moverse despacio para que la camita no cruja, mientras se busca con el extremo del pie el zapato o las alpargatas y se camina lento hasta la puerta, quizás un poco perdido todavía, entre la vigilia y el sueño, mientras la compañera se levanta también y se queja, porque han abierto la puerta y entra un poco del viento fresco de la mañana, el día se edifica y se levanta como un monumento devorador: ni los buches de agua fresca del pozo logran todavía separar esos dos mundos. Las hojas revolviéndose por el viento, el sol que aparece, el crepitar de las ramitas en el brasero que aventuran la idea del mate. Todo esto pertenece a la memoria de la isla. Porque luego viene el trabajo, el calor, las humillaciones, la ciudad: ese exilio de la dignidad.
   Pero hoy bajo los árboles, con ese mate fuerte y amargo cebado por ella, que no habla durante las primeras horas de la mañana, esa memoria de la isla se extenderá por el día como los pecados se extienden en tiempo de fiesta: esa diosa que lo permite, por un momento, todo. Porque hoy es año nuevo, porque esta noche habrá una gran fiesta, porque más de mañana habrá que juntarse con Ángel y su hijo, apurar algún bocado, embrutecerse de vino. Pero antes habrá que hacer hablar a la petisa, hacerle una broma, tomarse unos mates.
--Te vas a chupar como en navidá -dice ella con neutralidad.
--Como corresponde.

   Y faltará poco de ahí para que una risa le de pie al Miguel, que rápido deja el mate en el piso y comienza darle la vuelta al brasero, para ponerse fuera del campo visual de la petisa y tomarla por la espalda y cojerla, jugar al forcejeo en la mañana de año nuevo, con la fresca.








8 comentarios:

Niño Naranjo dijo...

Hmm. Creo que me estoy cansando de tanta isla. Punto final.

dufre dijo...

jijiji

Anónimo dijo...

uh... faltaba algo del carpincho.
que bicho simpático, el carpincho.

Niño Naranjo dijo...

Luisito y Pablo, que eran hermanos, y trabajaban en la vuelta de "cancheros", limpiando, cruzando gente en la canoa, eran los que iban a cazar carpinchos no muy lejos de ahí. ¿Da como cosa tirarle un tirito a esos bichos... cierto que son simpáticos.

Anónimo dijo...

bella descripción del amanecer.
lindo lindo el tecto.
nada más.
beso.

dear prudence - dulcema dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
dear prudence - dulcema dijo...

no maten a los carpinchos!!!

mi pileta pelopincho era marca carpincho...

y un chico que salió conmigo, que no era de esa marca, pero si de entre ríos y dice que así se llama.

son como ratones gigantes.
se parecen a mi perro... pero con otra forma.

creo q he dicho suficiente por hoy.

basta: nene, te quiero.
seguí escribiendo de las islas.
me encanta.

Niño Naranjo dijo...

Querido editor (dufre): un dandy como yo... en fin... ud. sabe, Baudelaire no me perdonaría nunca romperle el corazón a una dama. ¿Sigo con los mosquitos?