Está parado frente al árbol viejo y enorme, con la verga pasando por la abertura para la pierna del short, sostenida con delicadeza por su dueño, orinando un chorro potente, pensando un poco aturdidamente en la frase “la dejó mamando”.
“Otra vez la misma historia” le parecía oír ahí adentro. Pero no era su voz la que imaginaba. Es muy difícil trazar la separación entre lo que uno imagina que ve de lo que imagina que oye. Claro que también, a veces, es difícil saber si uno oye o escucha. Pero ese es otro tema. Desde que se levantó por la mañana anda inquieto, salta de tarea en tarea, sin saber bien cuál será la definitiva. Más bien, espera a que la hora le marque la última tarea. Se va a encontrar, a la noche, con una señorita. Le transpiran las manos (además del resto del cuerpo), “mala seña pa’ un jugador de bocha” , se habían reído de él. Está muy piolamente sentado, a las tres y media de la tarde, bajo un tinglado que, a los efectos de seguirle la corriente a una ley bastante banana de la física, hace enormes ruidos al expandirse debido al terrible sol que le pega, más o menos, desde las 8 de la mañana, sin asco; sentado y sediento, decía, en el sillón rojo con inscripción idéntica a la de la botella marrón que tiene enfrente: Santa Fe. Tiene los ojos rojos. Todos ahí tienen los ojos rojos. “Te toca muñeco”, le dicen. Entonces se levanta del sillón, haciendo fuerza con las manos sobre los apoya-brazos y va hacia los tres hombres que esperan a que él llegue, tome una de las bochas rayadas y tire. Hay una expresión que se usa a menudo, que tiene que ver con el juego de las bochas: “arrimar el bochín”. Aunque con cierta deformación, ya que la expresión justa sería: “arrimarle al bochín”. Esa es la jodita de jugar a las bochas, dejar la mayor cantidad de bochas de un mismo equipo más cerca del bochín que el contrincante. Como se adivinará, están jugando en equipo.
Pero decía yo que este hombre iba en búsqueda de su bocha. La levanta del piso y le limpia, con un trapito, la tierrita suelta que le bordea la superficie. Ahí están, los otros tres, mirando y buscando, de tanto en tanto, el vasito de cerveza que tienen en la mesita de plástico fuera de la cancha. Lo miran a él estudiar la jugada. Deberá colocarse sobre un costado, ya que la mayoría de las bochas están obstruyendo el camino directo hacia el bochín, que está ligeramente desviado del eje imaginario de la cancha. Deberá colocarse a un costado, hacer rodar lentamente la bocha para que se acerque lo más posible a la tabla lateral, sortee el grueso de bochas y llegue por fin a frenarse a los pies del bochín. El tiro deberá tener una cierta fuerza, ya que al golpear la tabla media floja, la bocha desprenderá demasiada energía y perderá empuje: “corta la bocha”. Va hacia el costado. Tiene toda la jugada estudiada. Sostiene la bocha con la palma de la mano por debajo de la misma, pero hacia atrás, como ocultándola. Finalmente tira y la bocha hace exactamente lo que había pensado: bordea la zona menos transitada por las demás bochas, parece ir demasiado ligero para su gusto, pero toca la tabla y el golpe más la caída le dan el envión necesario para llegar deliciosamente hasta el bochín y moverlo tan poco que ni es necesario hacer la medición para saber que el tiro es válido. “La dejó mamando” ,comenta un viejo que mira, a otro. Le queda un tiro, todavía. Ya saben que van a ganar. No sólo el pago de la cancha sino de toda la bebida que tomarán hasta la tardecita.
Y aquí estamos, no en un lugar sino en una tardecita, de vuelta por el caminito de tierra, que parece moverse como si se agitara o como si de un momento a otro se fuera a romper, con el último sol de la tarde a un costado y el río cerca, volviendo a casa para bañarse y vestirse, porque esta noche es noche de arrimar el bochín.