miércoles, agosto 01, 2007

La vuelta. Breve historia del lizo y las fiestas paganas.

En el verano hasta la política institucional afloja aquí, y desfallece por el derretimiento global. Quizás durante el primer tiempo del partido un camión viejo y gigante llegue bordeando la cancha y pasando por un caminito ladero y pare para descargar mercaderías de primera necesidad: cajones de coquitas, sprites, fantas, aguas tónicas, un barril de 50. Cuando uno vive en la Base Marambio, por ejemplo, no ha de extrañarle que un hielo mida, por ejemplo, 25 metros. O 1.500 metros. Pero cuando uno vive en un lugar en donde se podría hacer un huevo frito en el asfalto al mediodía, a uno le extraña ver una barra de hielo de un metro. A mí me fascinaba esa barra gigante. Dos negros enormes llevaban esas barras en el hombro, hasta esa cámara de la felicidad. Ya no deben quedar choperas del tamaño y la hermosura de esa que había en la vuelta. El lizo es en Santa Fe lo sublime. Se lo conoce también como Chopp, pero se le dice lizo porque antiguamente, el vaso de cerveza se servía hasta el borde y se barría el excedente de espuma con una tabla: quedaba un colchoncito lizo. Los negros dejaban las barras en el piso: no importa, el hielo no es para tomar las bebidas sino para que las enfríe. Había que picar esas barras, en pedazos más o menos grotescos, y ponerlos por la puertita que tenía la chopera a media altura, para que toque la serpentina y enfríe la cerveza. Cuando el partido terminaba y todos ya se habían bañado (un día voy a contar el loquero que eran esos baños) se buscaba la sombra para empezar esa fiesta del beber. Preferiblemente el pasillo que da al río, ubicación ideal para recibir, cada tanto, los chorros de aire fresco y tomar un trago largo de cerveza. El cabezón hacía siempre un ruido gutural cuando el vientito comenzaba a soplar y le hacía una caricia. Cada tanto, también, se organizaban, como en toda fiesta pagana que se precie de tal, ciertos desmanes. A la cabeza estaba, siempre, a no dudarlo, de una forma práctica o intelectual de autoría, Pichín. Como ya se dijo en otro lado, hacen falta dos fuentones para tomar lizos. Uno con agua natural, en el que los vasos usados se remojan, y otro en el que descansan, con agua fría por el hielo, los vasos para servir lizos más fríos. Cuando uno de esos dos fuentones ya estaba medio sobrando, Pichín venía con su calculador grito de guerra y lo desparramaba en la multitud que bramaba por el brusco choque del calor del viento con el frío del agua. Todos ríen. Pero como Pichín fue siempre un díscolo, no sólo le tiraba agua a los amigos, sino también al presidente de la vuelta, las autoridades, los chicos, no se salvaba nadie. Ahí empezaban los quilombos y se hablaba de suspensiones, de prohibiciones, etc. Como cuando Cacerola jugaba sin calzoncillos y mostraba los huevos.

3 comentarios:

dufre dijo...

Jajajajajaja! jjaaaaaaaaaa! Sublime cierre! Bravo! Bravo! Niño, cada día te (permítame tutearlo) quiero más. Qué ricor.

Niño Naranjo dijo...

Le hago llegar un abrazo. Es que los muchachos eran bravos y de poco pasparse...

Niño Naranjo dijo...

isa ud. me habla a mí? eh? qué tengo que hacer? que de qué clase me habla?


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