Panguita

¿Qué significará, para Panguita, ese gaucho borracho, el día o la noche? ¿Cómo fue que la costumbre del mate fue, con el tiempo, como el deseo, reemplazándose hacia el cartón o la botella rústica, la damajuana en días de fiesta? ¿Qué significará escuchada la frase: primero se chupaba de día, y lentamente, fue también, de día y noche? ¿Qué será de esa tapera detrás del arco, sin baño ni puerta, con apenas una tela simbólica entre el adentro y el afuera? Me bastó, que esa pelota que iba, en la mente del que pateaba, surcando su itinerario hacia el ángulo, se desviara, apenas unos centímetros, casi nada de nada, para que la pelota, ahora un poco más arriba del ángulo, pegara casi raspando en la parte de arriba del travesaño y saliera, por encima del alambrado que recubre la cancha, hacia esa tapera, hacia esa tela y se metiera, sin lugar a dudas, en el rancho de Panguita. Así conocí ese rancho. Me imaginé, entre el fulgor y el miedo, cuando aplaudía, para avisar que estaba en territorio ajeno, algo que sería duplicado o triplicado en crudeza una vez atravesado la tela. El piso de tierra me parecía una delicadeza, en contraste con lo otro. Lo otro, ha quedado en el olvido. Hoy nieva en la Argentina, nieva en los lugares en donde está más o menos bien que nieve, y nieva en Capital y en el sur de Santa Fe, y también en otro lugares atípicos. Allí la gente se junta, y se alegra y canta: Bariló Bariló, no’ vamo’ a Bariló. Signo de país inequívocamente miserable, que festeja lo extraño, lo atípico, lo impensado. Aprovecho y me acuerdo de Panguita, que en su escalón anterior al delirium tremens se acordaba, ahora que lo pienso, de nuestros nombres. Cacerola, Pichín, Pocho, Cabezón, Cangrejo, Negro y sigue la cuenta. Nos besaba y lloraba un poco, y nosotros le dábamos una moneda. Hoy no nos tiene, y no sé de donde sacará algún pesito para comprarse algo de tomar.